Porta Norte

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Un día en Porta Norte

En Ciudad Porta Norte nos esmeramos en facilitar la conexión con la naturaleza y la actividad física. Esto lo hacemos preservando los cauces naturales, sembrando árboles en todas las aceras, construyendo parques y plazas con mucho verdor, apostando por el deporte y más.

Henry Faarup, CEO y Cofundador de #ElNuevoCascoViejo, se imagina cómo será el día de un padre de familia disfrutando de la naturaleza y actividad física en el urbanismo ecológico de Porta Norte:


Me levanto un martes a las 5:30 a.m. Abro los ojos y veo mi techo apoyado de unas vigas de madera de los árboles de Porta Norte. Apoyo los pies en el piso de bamboo y estiro los brazos. 

Salgo a la terraza de mi cuarto, respiro profundo el aire fresco y contemplo cómo las copas de los árboles, que bordean la quebrada, bailan al ritmo de una de las últimas brisas veraneras. Me recuerdo que tengo un partido de tenis a las 6:00 a.m.

Voy de camino a la cocina. Para llegar atravieso un patio interno. Las mañanas son espectaculares allí porque el sol le da al palo de mango y los pájaros están cantando. Antes de ir al patio me hago una taza de café de grano recién molido—nada como el olor a café recién hecho—, agarro un plato, un cuchillo y sal.

Salgo al patio interno y me recibe mi perro, Max, moviendo la cola como siempre. Camino por la hierba descalzo hasta llegar a mi silla mañanera debajo del palo de mango. Antes de sentarme estiro mi brazo y arranco un mango maduro. Me siento a escuchar las voces del jardín mientras le rasco el cuello peludo a Max. Los pájaros cantan mientras toman agua de la cascadita de la piscina. 

Vienen muchos animalitos aquí en el verano cuando les hace falta agua. Esa es la belleza de tener un patio conectado a la Quebrada Mariposa. Respiro el aire fresco antes de comenzar a meditar. Cierro los ojos y le presto atención a mi respiración. 

Al finalizar, doy las gracias por un día más y me pongo a planificar mi día mientras pelo el mango y me lo como con un poco de sal. ¿Voy al Bike Park al medio día? ¿Hago un trail de bici? ¿A la oficina? ¿Al huerto? ¿Al parque? ¿Al río? ¿A alguna plaza? ¿A dar un paseo?

Me alisto para el tenis y me voy al Club Deportivo a jugar con un amigo de 6:00 a.m. a 7:00 a.m. Regreso a la casa, agarro la manguera, refresco el suelo y mi cabeza. Al terminar me pongo a regar las plantas. Me encanta ver las plantas crecer, especialmente mis tomates y pepinos—es una obra de arte dinámica. Mi jardín no tiene pesticidas, pues quiero que puedan crecer bien los pájaros, abejas y mariposas.

Continúo con mi mañana virtuosa y me voy al sauna por unos minutos. Adentro voy ideando mi nuevo proyecto, una pequeña casita que mira hacia la quebrada. Allí voy a poner un pequeño despacho.

Al terminar me doy un chapuzón en la piscina, juego un ratito con Max y me voy a cambiar. Luego me encuentro con el resto de la familia. Dicen que quieren ir a nuestra cafetería habitual en Plaza Fundadores a desayunar. Agarramos a Max y salimos por la puerta principal a una calle peatonal. 

Esta es mi calle favorita, esta llena de potes con plantas que termina con un mirador y acceso a la Quebrada Mariposa. Caminamos un poco y vemos a lo lejos en el parque a unos niños corriendo en el huerto comunitario y el anfiteatro. Las risas de los niños corriendo es la música del barrio. Mi hijo quiere ir a jugar con ellos, pero le digo que más tarde.

Caminamos por unas aceras con mucho espacio. A lo largo de la acera hay una hilera de árboles frondosos donde se tocan la copa de los árboles y crean una gran malla verde que da una sombra espectacular. Las ardillas se la pasan moviéndose de un árbol a otro. Es lindo ver cómo algunos rayos de luz atraviesan la copa de los árboles. En esta época están las veraneras de colores vivos desbordándose de los balcones, exhibiéndose en todo su esplendor.

Llegamos a la plaza en tan solo 3 minutos caminando. Saludamos a vecinos y amigos. Hay un par de gente sentada disfrutando su café caliente mientras leen las noticias bajo la sombra de los guayacanes. Los mayores están en su esquina de siempre conversando.

Plaza Fundadores

Los guayacanes son un espectáculo, pero más cuando se ponen amarillos. En la mitad de la plaza hay una fuente prendida y se escuchan las gotas de agua caer. La base tiene unos mosaicos de colores vivos.

Mis lugares favoritos de la plaza son la librería y el mercado donde venden comida fresca. Hay un parque para que los niños jueguen y otro para perros. Dejamos a cada uno en su lugar y nos sentamos en las mesas que están en la plaza. Qué delicia el olor a pan recién horneado.

Marco, el camarero, nos sonríe y pregunta: “¿lo mismo de siempre?” Le decimos que sí. Disfrutamos nuestras tostadas relajados hasta culminar el desayuno familiar.

Mi oficina está en el segundo piso de la plaza. Me despido con un abrazo, un beso y me voy a trabajar. Mi oficina tiene una escritorio antiguo de madera que mira hacia mi balcón que tiene vistas al Río María Prieta, está lleno de plantas y tiene una hamaca con almohadas con diseño de molas.

Me gusta mantener las puertas abiertas para aprovechar la ventilación cruzada y ver la naturaleza. Es una gran inspiración para escribir. El alero que cubre mi balcón no permite que la lluvia entre.

A la hora del almuerzo decido hacer ejercicio. Doy gracias por tener acceso directo al río desde mi casa y oficina. Bajo a la plaza y atravieso las pérgolas que dirigen hacía el río. A un costado de la canchita de volleyball, me uno con el grupo de yoga y luego me voy a hacer un hike. 

Hay un microclima, se siente el aire más húmedo y fresco por el río. El olor a bosque tropical es idéntico al de El Valle o Cerro Azul. Hago un recorrido de varios kilómetros, veo monos aulladores, mariposas azules, iguanas, ñeques, pescaditos, abejas y colibríes. 

La orilla de río tiene innumerable especies de árboles. Algunos son centenarios enormes. Los que más disfruto son los árboles frutales porque me encanta llevarme papaya, plátano y aguacate a la casa. Las copas forman un techo verde que me acobija.

De vez en cuando hay pasadizos con forma de cueva formados por bamboo a cada lado del sendero. Me siento como en una película cuando los atravieso. El sendero está hecho de piedritas y cada 2 minutos hay espacios con bancas, mesas de campo y barbacoas hechas de madera, piedra y ladrillo. 

A muchos les encanta bajar a hacer un asado y un pique nique. Qué rico tener esa dosis de naturaleza tropical un martes cualquiera a tan solo unos pasos. Es alimento para el espíritu. Al terminar de hacer ejercicio me acerco al borde del río donde hay unos niños bañándose jugando con ranitas. Observo cómo el agua pasa entre las rocas, me arrodillo, meto mis manos en el agua fría y me remojo la cara.

Voy a la casa, me baño, cocino y almuerzo comida casera con mi pareja. El almuerzo tiene un par de vegetales del huerto comunitario y los huevos de gallina de patio que compramos en el mercado.

Antes de regresar a la oficina, busco a mi hijo a la escuela en bicicleta. Salgo por la puerta principal y agarro mi bicicleta que está estacionada al lado de la puerta. En el camino saludo a muchos padres que están regresando caminando con sus hijos. Paso por la Plaza del Amor. Al llegar, espero unos minutos a que termine de jugar soccer en las canchas deportivas que están junto a la escuela.

Regresando por la cicloruta se le ocurre a mi hijo pasar a jugar al parque así que vamos un ratito. El espacio que más nos gusta del parque es el huerto. Él disfruta ensuciándose las manos de tierra para arrancar verduras y ver las raíces.

Allí aprendemos los dos de permacultura. Hay una variedad enorme de flores, vegetales, frutas y plantas medicinales. Las plantas medicinales antes era un misterio para mí pero cada vez voy aprendiendo más. Ahora tomo tés antiinflamatorios. Disfruto mucho de darle de comer a los peces que están en los estanques de irrigación. Me llevo un par de verduras para la cena.

Lo dejo en la casa y regreso caminando a la oficina a trabajar un poco más. Suenan las campanas a lo lejos así que son las 6:00 pm, como de costumbre, me pongo a ver el atardecer en la hamaca del balcón. 

Pasan unos minutos y veo que hay un par de amigos abajo juntándose a tomar unas cervezas en la plaza, bajo los árboles. Cedo ante la tentación y voy a acompañarlos. Llego a la mesa y me entra una sonrisa de oreja a oreja y todos nos saludamos con un abrazo. Me pido una copa de vino, una entrada y comenzamos a echar cuentos. 

Tengo planes para la noche. Voy a cocinar en la barbacoa de leña de mi terraza con mi familia. Me despido de la mesa. Algunos ya se pararon a bailar las canciones del guitarrista de la noche así que levanto mi mano y me despido de lejos. 

Camino de regreso a mi casa y se me pone una sonrisa al ver tanta vida en la calle. La iluminación de noche tiene un toque cálido. Atravieso mi calle peatonal debajo de unas luces de feria y entro a mi casa donde me reciben unos sobrinos que llegaron temprano a jugar. 

Me pongo a preparar la barbacoa de leña y a enjuagar las verduras del huerto. Terminamos la noche compartiendo el asado, unos platos que cada uno trajo, vino y buenas conversaciones en una mesa de madera angosta y larga bajo la luna llena. 

Unos sobrinos deciden meterse a bañar al pequeño jacuzzi mientras otros riegan las plantas que están en los potes. Al finalizar la noche nos despedimos todos y nos vamos a dormir. Me fijo en mi celular y me emociono porque llegué a mis 10,000 pasos diarios. Cierro los ojos viendo las vigas hechas de madera de Porta Norte en el techo.

Qué gran día.